El amor y la carta,
han estado siempre allí para marcar el ritmo de lo lejano y lo cercano, para
rememorar, añorar y hacernos habitar el tiempo y convivir con lo imposible.
Ella, la carta, busca la respuesta de un Otro, se dirige y hace presente un
trozo de cuerpo allí en donde hay ausencia. Los amantes intentan enlazarse con
letras, mientras ellas mismas señalan la imposibilidad.
En el devenir-prosa
del amor (parafraseando a Derrida) se traza una huella, se dibuja el fantasma.
Escribe Kafka a
Milena:
"Las cartas de
amor son una relación con fantasmas: los besos escritos no llegan a destino,
son bebidos por los fantasmas por el camino".
Para ubicarme en torno
al tema de las disimetrias entre amor y goce decidí estructurar el trabajo a
partir de la idea de carta, pues ella es paradigmática para abrochar asuntos
como amor, goce y deseo, así como presencia y ausencia, sentido y cuerpo, y los
registros real, simbólico e imaginario.
Hablar de la escritura
en su relación con lo inconsciente me trae inevitablemente el nombre de Derrida
quien se puede pensar “con y contra” Lacan. El encuentro/desencuentro de ambos
tiene en la carta(letra) una de sus más interesantes cuestiones. Para Lacan,
como sabemos, la carta siempre llega a destino, para Derrida, sin embargo, no
siempre. Sin ahondar mucho al respecto, pues aquí habría que matizar mucho y
ver a qué Lacan está cuestionando Derrida, repaso estos asuntos para servirme
de algunas ideas y ubicar esas diversas maneras de situarse respecto al signo,
al cierre y a la apertura. Y anotar el lúdico giro derridiano que lo lleva al
envío, no de una carta, sino de una “tarjeta postal”, abierta a la diseminación.
Todo este rodeo previo tiene que ver con la dificultad para encontrar mi propia
letra, pues justamente se trata de una dificultad, o, de un esfuerzo de poesía
(si seguimos a Miller) y también de las de disimetrias entre lenguaje y letra.
Esto se puede trasladar al momento en el que la carta que discurre en su
sentido va deshilvanándose en letras. O el momento en el que, del amor, caen
trozos de goce, Uno.
De la carta a la
tarjeta postal ha sido mi manera también de pensar las diversas versiones de la
carta, y de cómo circula tanto en la transferencia como en nuestra época. Estas
versiones y destinos de la carta quizá se vean más claros en el movimiento que
hace Lacan de la carta de amor a
la carta de (a)muro.
La carta de amor
El sujeto del discurso
de la carta de amor, amarrado al sentido, intenta realizar, en su metonimia el
encuentro imposible de los goces. Esto no cesará de escribirse, y cómo dicen Alemán y Larriera: “lo que
se inscribe de un modo incesante, es lo necesario... No cesa de escribirse un
sexo; no cesa de escribirse otro sexo: Los seres hablantes o pertenecen a un sexo
o pertenecen a otro sexo; o uno u otro: se trata de una disyunción”
El amor (q suspende la
disyunción) y la carta permiten que algo circule entre hombre y mujer, aunque
la letra deje irrumpir las texturas de un goce por fuera del sentido. La letra
muestra aquí su marca en el cuerpo y la materialidad misma que la constituye,
alejándose del sentido toma relieve la carta como objeto, su textura, olor. Se
escribe con sangre, con pelos, con lágrimas y ese objeto a-moroso se atesora
cual fetiche que reemplaza a la amada.
Joyce en una de sus
cartas a Nora escribe:
“Espero que pongas mi
carta en la cama debidamente. Tu guante a mi lado toda la noche está sin
abotonar”
En este itinerario
epistolar Joyceano, encontramos ese “devenir-prosa del amor” rasgado por el
intempestivo goce.
Querida mía, quizás debo comenzar pidiéndote perdón por la
increíble
carta que te escribí anoche. Mientras la escribía tu carta
reposaba
junto a mí, y mis ojos estaban fijos, como aún ahora lo están,
en
cierta palabra escrita en ella. Hay algo de obsceno y
lascivo en el aspecto
mismo de las cartas. También su sonido es como el acto
mismo,
breve, brutal, irresistible y diabólico.
Querida, no te ofendas por lo que escribo. Me agradeces el
hermoso
nombre que te di. ¡Si, querida, “mi hermosa flor silvestre
de los
setos” es un lindo nombre! ¡Mi flor azul oscuro, empapada
por la lluvia!
Como ves, tengo todavía algo de poeta. También te regalaré
un
hermoso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama.
Pero, a su
lado y dentro de este amor espiritual que siento por ti, hay
también una
bestia salvaje que explora cada parte secreta y vergonzosa
de él, cada
uno de sus actos y olores.
¡Eres mía, querida, eres mía! Te amo. Todo lo que escribí
arriba
es sólo un momento o dos de brutal locura! La última gota de
semen ha
sido inyectada con dificultad en tu sexo antes que todo
termine y mi
verdadero amor hacia ti, el amor de mis versos, el amor de
mis ojos,
por tus extrañamente tentadores ojos llega soplando sobre mi
alma
como un viento de aromas.
Interesante ver en
esta carta (que pertenece a una serie de larga correspondencia entre Joyce y
Nora) el paso del DOS al UNO, el amor como discurso que va al encuentro
tiene en sus intersticios, el goce uno, la evidencia de la no-relación.
La carta de amor (como
el amor de transferencia) resulta ser una “variante del amor que reduce el goce
en beneficio del deseo”
El movimiento
lacaniano que va de la carta de amor a la carta de amuro es similar al
recorrido de un análisis y sus modalidades de amor, ese ir del amor de
transferencia, (amarrado al saber) a la caída del SSS y la extracción del
objeto a. La maniobra analítica instalará allí algo del orden del acto que
producirá la contingencia.
Si en el amor se
intenta volver necesario lo contingente, en el análisis se hace el camino
inverso. Retomar la contingencia, lo cual permite instalarnos en el amor como
invención.
Y este es el punto
importante, pues al contrariar la necesidad a través de la caída del sentido,
opera una separación entre el amor UNO, imaginario, que está allí supliendo la
no relación sexual, para colocarse en ese medio, pero no desde el punto de
vista del taponamiento narcisista, sino en una suerte de habitar el mismo vacío
(sin clausurarlo), para permitir allí la invención.
Hablar de amor es ya
una forma de goce, e introduce a su vez ese “muro del lenguaje” al que Lacan se
refirió desde muy temprano.
Los muros están
ligados a la palabra desde los grafittis hasta la versión facebook contemporánea,
parece ser que el muro está de moda, hace red, disemina a la vez que elimina.
Conecta y repliega.
(y aquí podemos volver
al poema que usa Lacan en repetidas oportunidades)
Entre
el hombre y la mujer, está el amor
entre
el hombre y el amor hay un mundo
entre
el hombre y el mundo hay un muro
El muro representa la
castración que separa al hombre de la mujer y el amor es el artificio que
permite el encuentro. Si el muro es la castración, la carta de (a)muro es la
que puede operar una suerte de liberación de la castración que la carta de amor
refuerza.
Ahora bien, me
interesa regresar a los modos de “necesidad” y de “contingencia”, desde el
punto de vista del amuro que, así como el acto del analista, devuelve la
contingencia a la escena de lo necesario del amor.
Pasaríamos, entonces,
a hablar del amor en tanto acontecimiento y quizá (haciendo un borrador) del
goce en tanto repetición. Todo esto, sin embargo, tiene más meollo, está trenzado de diversas maneras.
Por ejemplo: ¿Cómo
hablar del acontecimiento cuando prevalece un insistente empuje al goce en
nuestra época?
Dilema entre invención
y repetición que pide un hilar fino la paradoja. Me ayuda pensar en, algo así
como, “la eterna repetición de la diferencia” que propone Deleuze, que en versión
lacaniana cobra la forma del “eterno retorno del mismo signo”. Cabe resaltar
que ese signo considerado como letra, demuestra su materialidad como objeto
diferente de la cadena significante.
Es un eterno retorno
de la letra que abre y enlaza repetición y diferencia
Entonces, si la carta
de amor, en su necesidad, no cesa de escribirse, y si el goce (¿Otro?) no cesa
de no escribirse, tenemos ante estos dos “no cesa” la posibilidad de un cese
con la carta de amuro, que escribe el borde de lo imposible de la relación
sexual y en tanto vuelta a la contingencia puede “cesar de no escribirse”.
Dice Lacan en Aun: “El
amuro es lo que aparece en señales extrañas sobre el cuerpo”, estas son las
huellas del goce que se inscriben sobre la superficie del cuerpo.
Para estos tiempos de
exigencia de inmediatéz y de un “no cesar” capitalista, el trabajo sobre el
acontecimiento puede tener interesantes consecuencias; sabiendo que, dicho
acontecimiento, es lo que viene a objetar el orden de las cosas, alterándolas.
Pero ¿cómo es este
acontecimiento que puede irrumpir frente a lo incesante de lo necesario y lo
imposible?
Para el psicoanálisis
hay dos acontecimientos que introducen la cesación: el amor (que es posible ante la imposibilidad de la
relación sexual) y el goce fálico (que puede aparecer como contingencia). El
amor como artificio, suplencia, máscara, posibilita que cese de escribirse la disyunción de los
sexos. Igualmente, el falo puede introducir el cese de la no escritura.
Esto es “el decir
contingente del falo” y “el decir posible” del amor.
El amante actual envía
un whatsapp y en él va la foto de un fragmento de su cara tomada en ese preciso
instante. Ella le responde con un link, los dedos vuelan en el diminuto
teclado, las abreviaciones son necesarias, no hay tiempo ¿qué gramática es
esta?
El acontecimiento del
amor en esta época tiene que vérselas con un cambio gramatical, la per-versión
de la carta, la letra virtual que deja al cuerpo en manos de una deslocalización.
Es una suerte de
fuera-de-la-carta
un plus de carta
Quizá esa “tarjeta
postal”, abierta, en la que prevalece la diseminación.
¿cuál es el muro, cómo
aparece aquí el (a)muro?
Esta carta inefable ¿o
más bien este chat inefable? que no escribe la letra, traería consigo un plus
de gozar que lleva a repensar las coordenadas de un amor que precisa justamente
de ese muro que posibilita la entrada de la castración y un saber hacer con
ella, para hacer condescender
el goce al deseo.
En tiempos de
desterritorialización, de diseminación de las coordenadas fálicas en el cuerpo,
en la virtualización de los sexos y sus goces ¿qué hace signo de amor? en tanto
hacer signo de amor es ir en contra de la lógica del gadget que lo tapona todo,
para ir al encuentro de una nada, como signo que, como dice Miller: “decae y se
marchita”.
Estos tiempos
requieren un énfasis en el amor, en tanto a través de él hay una recuperación
del Otro negado en el goce, un Otro distribuidor de esos signos, requeridos.
Requerimiento de esa naderia que envuelva al ser hablante, requerimiento de ese
acontecimiento del amor que Badiou coloca como un procedimiento de verdad (y
esta verdad es la de la diferencia como tal) y como una experiencia que permite captar el mundo desde el
dos irreductible, más relevante que el insistente uno del goce y el deseo.
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