Trazo Freudiano: Carta a la deriva
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jueves, 25 de abril de 2013

Carta a la deriva


El amor y la carta, han estado siempre allí para marcar el ritmo de lo lejano y lo cercano, para rememorar, añorar y hacernos habitar el tiempo y convivir con lo imposible. Ella, la carta, busca la respuesta de un Otro, se dirige y hace presente un trozo de cuerpo allí en donde hay ausencia. Los amantes intentan enlazarse con letras, mientras ellas mismas señalan la imposibilidad.
En el devenir-prosa del amor (parafraseando a Derrida) se traza una huella, se dibuja el fantasma.
Escribe Kafka a Milena:
"Las cartas de amor son una relación con fantasmas: los besos escritos no llegan a destino, son bebidos por los fantasmas por el camino".
Para ubicarme en torno al tema de las disimetrias entre amor y goce decidí estructurar el trabajo a partir de la idea de carta, pues ella es paradigmática para abrochar asuntos como amor, goce y deseo, así como presencia y ausencia, sentido y cuerpo, y los registros real, simbólico e imaginario.
Hablar de la escritura en su relación con lo inconsciente me trae inevitablemente el nombre de Derrida quien se puede pensar “con y contra” Lacan. El encuentro/desencuentro de ambos tiene en la carta(letra) una de sus más interesantes cuestiones. Para Lacan, como sabemos, la carta siempre llega a destino, para Derrida, sin embargo, no siempre. Sin ahondar mucho al respecto, pues aquí habría que matizar mucho y ver a qué Lacan está cuestionando Derrida, repaso estos asuntos para servirme de algunas ideas y ubicar esas diversas maneras de situarse respecto al signo, al cierre y a la apertura. Y anotar el lúdico giro derridiano que lo lleva al envío, no de una carta, sino de una “tarjeta postal”, abierta a la diseminación. Todo este rodeo previo tiene que ver con la dificultad para encontrar mi propia letra, pues justamente se trata de una dificultad, o, de un esfuerzo de poesía (si seguimos a Miller) y también de las de disimetrias entre lenguaje y letra. Esto se puede trasladar al momento en el que la carta que discurre en su sentido va deshilvanándose en letras. O el momento en el que, del amor, caen trozos de goce, Uno.
De la carta a la tarjeta postal ha sido mi manera también de pensar las diversas versiones de la carta, y de cómo circula tanto en la transferencia como en nuestra época. Estas versiones y destinos de la carta quizá se vean más claros en el movimiento que hace  Lacan de la carta de amor a la carta de (a)muro.

La carta de amor
El sujeto del discurso de la carta de amor, amarrado al sentido, intenta realizar, en su metonimia el encuentro imposible de los goces. Esto no cesará de escribirse,  y cómo dicen Alemán y Larriera: “lo que se inscribe de un modo incesante, es lo necesario... No cesa de escribirse un sexo; no cesa de escribirse otro sexo: Los seres hablantes o pertenecen a un sexo o pertenecen a otro sexo; o uno u otro: se trata de una disyunción”

El amor (q suspende la disyunción) y la carta permiten que algo circule entre hombre y mujer, aunque la letra deje irrumpir las texturas de un goce por fuera del sentido. La letra muestra aquí su marca en el cuerpo y la materialidad misma que la constituye, alejándose del sentido toma relieve la carta como objeto, su textura, olor. Se escribe con sangre, con pelos, con lágrimas y ese objeto a-moroso se atesora cual fetiche que reemplaza a la amada.

Joyce en una de sus cartas a Nora escribe:
“Espero que pongas mi carta en la cama debidamente. Tu guante a mi lado toda la noche está sin abotonar”

En este itinerario epistolar Joyceano, encontramos ese “devenir-prosa del amor” rasgado por el intempestivo goce.

Querida mía, quizás debo comenzar pidiéndote perdón por la increíble
carta que te escribí anoche. Mientras la escribía tu carta reposaba
junto a mí, y mis ojos estaban fijos, como aún ahora lo están, en
cierta palabra escrita en ella. Hay algo de obsceno y lascivo en el aspecto
mismo de las cartas. También su sonido es como el acto mismo,
breve, brutal, irresistible y diabólico.
Querida, no te ofendas por lo que escribo. Me agradeces el hermoso
nombre que te di. ¡Si, querida, “mi hermosa flor silvestre de los
setos” es un lindo nombre! ¡Mi flor azul oscuro, empapada por la lluvia!
Como ves, tengo todavía algo de poeta. También te regalaré un
hermoso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su
lado y dentro de este amor espiritual que siento por ti, hay también una
bestia salvaje que explora cada parte secreta y vergonzosa de él, cada
uno de sus actos y olores.

¡Eres mía, querida, eres mía! Te amo. Todo lo que escribí arriba
es sólo un momento o dos de brutal locura! La última gota de semen ha
sido inyectada con dificultad en tu sexo antes que todo termine y mi
verdadero amor hacia ti, el amor de mis versos, el amor de mis ojos,
por tus extrañamente tentadores ojos llega soplando sobre mi alma
como un viento de aromas.

Interesante ver en esta carta (que pertenece a una serie de larga correspondencia entre Joyce y Nora)  el paso del DOS al UNO,  el amor como discurso que va al encuentro tiene en sus intersticios, el goce uno, la evidencia de la no-relación.
La carta de amor (como el amor de transferencia) resulta ser una “variante del amor que reduce el goce en beneficio del deseo”
El movimiento lacaniano que va de la carta de amor a la carta de amuro es similar al recorrido de un análisis y sus modalidades de amor, ese ir del amor de transferencia, (amarrado al saber) a la caída del SSS y la extracción del objeto a. La maniobra analítica instalará allí algo del orden del acto que producirá la contingencia.

Si en el amor se intenta volver necesario lo contingente, en el análisis se hace el camino inverso. Retomar la contingencia, lo cual permite instalarnos en el amor como invención.
Y este es el punto importante, pues al contrariar la necesidad a través de la caída del sentido, opera una separación entre el amor UNO, imaginario, que está allí supliendo la no relación sexual, para colocarse en ese medio, pero no desde el punto de vista del taponamiento narcisista, sino en una suerte de habitar el mismo vacío (sin clausurarlo), para permitir allí la invención.
Hablar de amor es ya una forma de goce, e introduce a su vez ese “muro del lenguaje” al que Lacan se refirió desde muy temprano.
Los muros están ligados a la palabra desde los grafittis hasta la versión facebook contemporánea, parece ser que el muro está de moda, hace red, disemina a la vez que elimina. Conecta y repliega.

(y aquí podemos volver al poema que usa Lacan en repetidas oportunidades)
Entre el hombre y la mujer, está el amor
entre el hombre y el amor hay un mundo
entre el hombre y el mundo hay un muro

El muro representa la castración que separa al hombre de la mujer y el amor es el artificio que permite el encuentro. Si el muro es la castración, la carta de (a)muro es la que puede operar una suerte de liberación de la castración que la carta de amor refuerza. 
Ahora bien, me interesa regresar a los modos de “necesidad” y de “contingencia”, desde el punto de vista del amuro que, así como el acto del analista, devuelve la contingencia a la escena de lo necesario del amor.
Pasaríamos, entonces, a hablar del amor en tanto acontecimiento y quizá (haciendo un borrador) del goce en tanto repetición. Todo esto, sin embargo, tiene más meollo,  está trenzado de diversas maneras.
Por ejemplo: ¿Cómo hablar del acontecimiento cuando prevalece un insistente empuje al goce en nuestra época?

Dilema entre invención y repetición que pide un hilar fino la paradoja. Me ayuda pensar en, algo así como, “la eterna repetición de la diferencia” que propone Deleuze, que en versión lacaniana cobra la forma del “eterno retorno del mismo signo”. Cabe resaltar que ese signo considerado como letra, demuestra su materialidad como objeto diferente de la cadena significante.
Es un eterno retorno de la letra que abre y enlaza repetición y diferencia

Entonces, si la carta de amor, en su necesidad, no cesa de escribirse, y si el goce (¿Otro?) no cesa de no escribirse, tenemos ante estos dos “no cesa” la posibilidad de un cese con la carta de amuro, que escribe el borde de lo imposible de la relación sexual y en tanto vuelta a la contingencia puede “cesar de no escribirse”.
Dice Lacan en Aun: “El amuro es lo que aparece en señales extrañas sobre el cuerpo”, estas son las huellas del goce que se inscriben sobre la superficie del cuerpo.

Para estos tiempos de exigencia de inmediatéz y de un “no cesar” capitalista, el trabajo sobre el acontecimiento puede tener interesantes consecuencias; sabiendo que, dicho acontecimiento, es lo que viene a objetar el orden de las cosas, alterándolas.

Pero ¿cómo es este acontecimiento que puede irrumpir frente a lo incesante de lo necesario y lo imposible?
Para el psicoanálisis hay dos acontecimientos que introducen la cesación: el amor (que  es posible ante la imposibilidad de la relación sexual) y el goce fálico (que puede aparecer como contingencia). El amor como artificio, suplencia, máscara, posibilita que cese  de escribirse la disyunción de los sexos. Igualmente, el falo puede introducir el cese de la no escritura.
Esto es “el decir contingente del falo” y “el decir posible” del amor.

El amante actual envía un whatsapp y en él va la foto de un fragmento de su cara tomada en ese preciso instante. Ella le responde con un link, los dedos vuelan en el diminuto teclado, las abreviaciones son necesarias, no hay tiempo ¿qué gramática es esta?
El acontecimiento del amor en esta época tiene que vérselas con un cambio gramatical, la per-versión de la carta, la letra virtual que deja al cuerpo en manos de una deslocalización.
Es una suerte de fuera-de-la-carta
un plus de carta
Quizá esa “tarjeta postal”, abierta, en la que prevalece la diseminación.
¿cuál es el muro, cómo aparece aquí el (a)muro?
Esta carta inefable ¿o más bien este chat inefable? que no escribe la letra, traería consigo un plus de gozar que lleva a repensar las coordenadas de un amor que precisa justamente de ese muro que posibilita la entrada de la castración y un saber hacer con ella, para hacer condescender el goce al deseo.

En tiempos de desterritorialización, de diseminación de las coordenadas fálicas en el cuerpo, en la virtualización de los sexos y sus goces ¿qué hace signo de amor? en tanto hacer signo de amor es ir en contra de la lógica del gadget que lo tapona todo, para ir al encuentro de una nada, como signo que, como dice Miller: “decae y se marchita”.
Estos tiempos requieren un énfasis en el amor, en tanto a través de él hay una recuperación del Otro negado en el goce, un Otro distribuidor de esos signos, requeridos. Requerimiento de esa naderia que envuelva al ser hablante, requerimiento de ese acontecimiento del amor que Badiou coloca como un procedimiento de verdad (y esta verdad es la de la diferencia como tal)  y como una experiencia que permite captar el mundo desde el dos irreductible, más relevante que el insistente uno del goce y el deseo.





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